domingo, 24 de octubre de 2010

REPARTIDO SOBRE NIETZSCHE Y FOUCAULT

>MODELOS EPISTEMOLÓGICOS CRÍTICOS: NIETZSCHE Y FOUCAULT-

Tanto en la antigua Grecia, como a partir de la época renacentista, se tuvo a la razón o la experiencia, facultades contrapuestas o complementarias una de otra, como soporte de la ciencia. La ciencia como garantía de estabilidad y progreso social. Con mayor auge aun cuando se ven sus resultados prácticos, vistos en la aplicación de esos conocimientos científicos. Estos no son considerados como fin en sí mismos, sino como medios para llegar a distintos objetivos. Se destaca lo dicho anteriormente en la época de las revoluciones industriales, con su auge en el siglo XIX.
Los modelos epistemológicos tradicionales, buscaron un criterio de justificación, de demarcación entre qué es ciencia y qué no: tanto la corriente inductivista como falsacionista. La primera, sosteniendo que se obtienen leyes científicas partiendo de enunciados singulares obtenidos por experiencia, hasta llegar a una generalización. La segunda corriente, criticando al inductivismo, sostiene que no es posible determinar leyes científicas, sino distinguir enunciados que podrían ser considerados como hipótesis científicas, afirmando que la generalización sostenida por el inductivista “ingenuo” no tiene fundamento lógico alguno y proponiendo la eficacia de la previa elaboración teórica de una hipótesis, para su posterior contrastación mediante la experiencia. Por tanto, basta con contradecir mediante un enunciado singular la teoría propuesta, para derribarla.
Frente a estos modelos radicales en la demarcación de ciencia y pseudociencia, coexisten otras alternativas epistemológicas. El elegido para trabajar en aula es Foucault, quien propone una perspectiva totalmente diferente de la ciencia. No obstante, es necesario e interesante tratar sin demasiada exhautividad, a un filósofo de la sospecha de la razón: Friederich Nietzsche.

ESTER DÍAZ: “ENTRE LA TECNOCIENCIA Y EL DESEO; la construcción de una epistemología ampliada”

La gaya técnica: … “La ciencia decadente sería la contracara de la ciencia alegre que se asume con una perspectiva humana, histórica, oponiéndose a la ciencia moderna autoproclamada universal y verdadera. El saber entonces sería decadente cuando priva de sentido a quien no se rige por los estrictos parámetros lógicos-racionales exigidos por la tradición ilustrada. La ciencia jovial, por el contrario, sería propulsora de pluralidad de sentidos, afirmativa de la existencia y promotora de libertad… Nietzsche tuvo una intuición que le permitió captar la ciencia como acontecimiento surgido desde las relaciones de poder y relacionado con la ética y la estética…
… Los conceptos y los objetos científicos interactúan con sujetos epocales, no con un sujeto ahistórico. Forman parte del caleidoscopio del devenir, pueden variar en cualquier momento. Esas variaciones son las que permiten que los conceptos, los objetos y los sujetos mismos (estos últimos, en tanto autorrepresentación científica) pueden llegar a desaparecer, como desaparece en los límites del mar un rostro dibujado en la arena. (cita de Foucault en Las palabras y las cosas)
No obstante, a pesar del presentimiento teórico de Foucault, el hombre como objeto de estudio de las disciplinas sociales aun no ha desaparecido; tampoco el espíritu rector de la ciencia como Nietzsche lo conoció. Pues sigue siendo solemne y omnipresente, con hegemonía sobre cualquier otro tipo de saber. Pero la historia está demostrando que la ciencia no es independiente del resto de la cultura.
Existe un punto en el que un vástago de la ciencia, que en sí mismo es poder, se consolida de manera proverbial: se trata de la técnica, que forma parte de un dispositivo en el que interactúan conocimiento, prácticas científicas, agentes humanos y no humanos (naturaleza y artefactos), intereses corporativos, económicos, políticos, simbólicos (ideologías, imaginarios, religiones) y la idea de construcción como elemento predominante…
… (…) Nietzsche, que transitó el positivista siglo XIX, se enfrentó al endiosamiento de una ciencia creída de sí misma y negadora de los impulsos vitales. Contraponiéndose a esa postura, el filósofo pensó la posibilidad de una ciencia consciente del sentido histórico, desacartonada, integradora del deseo, desculpabilizante, alegre.
… Existe una estrecha relación entre algunas líneas de indagación foucaultianas y ciertas propuestas teóricas expresadas por Nietzsche en La gaya ciencia (ciencia alegre). Además, los desarrollos de Foucault están atravesados por un espíritu similar al que movilizó la escritura de ese libro en el que Nietzsche rechaza el imaginario alemán de su época por juzgarlo carente de sensibilidad histórica (…).
El subtítulo, La gaya scienza, revela el objetivo nietzscheano de recuperar el sentimiento histórico como celebración del presente que imperaba en tiempos de caballeros y cantores provenzales, imbuidos –según lo interpreta Nietzsche- de alegre espiritualidad. En el presente texto utilizo La gaya ciencia como título del libro de Nietzsche, en lugar de la tendencia actual a denominarlo La ciencia jovial. De todos modos, el título, el subtítulo y el contenido de esa obra dan cuenta de un estado de ánimo y de una disposición conceptual que aspiran a un saber lozano, propios de quienes no se cuestionaban la muerte y reafirman la vida sin negar su voluntad de poderío.
…Los juegos de la verdad en la constitución del modelo científico: Foucault siempre ha pretendido saber cómo el sujeto entra en los juegos de la verdad. En sus primeras obras se preocupa por estudiar de qué manera esos juegos van constituyendo un modelo científico. Indaga en las condiciones de posibilidad históricas del asentamiento de determinadas verdades, en detrimento de otras aserciones que nunca alcanzan el status de verdaderas o que lo alcanzan, lo pierden y a veces lo recuperan en el transcurso de la historia. Trata de dilucidar la constitución del conocimiento científico mediante una arqueología de las ideas. Su mirada crítica hacia los formalismos, y sensible a las condiciones de posibilidad histórica del surgimiento de las ciencias modernas, corre paralela a espacios teóricos abiertos por Nietzsche. Sin obviar, por supuesto, la presencia de otros autores y la propia creatividad de Foucault.
… Pues lo formal tranquiliza, produce confiabilidad desde su frío esqueleto argumental, alejando el pensamiento de lo azaroso para ofrecer un horizonte tan falso como optimista (Nietzsche).
Cuando Nietzsche pronuncia una posible arqueología de las ideas, postula la necesidad de una voluntad rastreadora de antigüedades. Para que esa voluntad adquiera vigor habría que experimentar el goce y la intensidad del sentido histórico. Este es el guante que recoge Foucault para su propia arqueología siguiendo, de alguna manera, lo que ya se anunciaba en La gaya ciencia donde Nietzsche dice que –paradójicamente- resulta indeciblemente más importante cómo se llaman las cosas antes que lo que ellas son. El nombre de una cosa se arraiga y encarna en ella hasta convertirse en su propio cuerpo. La creencia de que la palabra coincide con lo nombrado se acrecienta de generación en generación. De este modo, la apariencia del comienzo se convierte casi siempre, al final, en la esencia y actúa como tal. Basta con crear nuevos nombres, valoraciones y probabilidades para crear a la larga “nuevas cosas” (…).
… Tal vez no sería osado interpretar que el lugar dejado por la divinidad asesinada es ocupado actualmente por la tecnociencia en su aspecto más expuesto: la técnica. Tal vez ella sea el cadáver de Dios. Es difícil imaginar -por el momento- la posibilidad de una técnica diferente, y, por lo tanto, de otra ciencia y de otra epistemología. Pero vale la pena intentarlo, porque comenzar a pensar, es comenzar a cambiar la realidad. “

LA GAYA CIENCIA- FRIEDERICH NIETZSCHE

“Cuando se comenzó en Francia a combatir las unidades de Aristóteles, y, por consiguiente, a defenderlas, se vio de nuevo lo que muchas veces se ve, pero siempre con disgusto. Mentirse a sí mismo para hallar razones que mantuviesen aquellas leyes, sin otro motivo que el de no confesar que se estaba acostumbrado a su dominación y no se quería oír hablar de otra cosa. Lo mismo ocurre con toda moral y toda religión reinantes y siempre se ha hecho lo propio: las intenciones que se ponen detrás del hábito le son mentirosamente añadidas en cuanto alguien empieza a negar el hábito. En esto consiste la peor mala fe de los conservadores de todas las épocas: añaden mentiras…
… Para demostraros que el hombre es en realidad uno de los animales de buen natural, os recordaré su larga credulidad. Sólo ahora, muy tarde y tras enorme victoria sobre sí mismo, se ha vuelto un animal desconfiado; sí, el hombres es ahora peor que nunca. No lo entiendo. ¿Por qué es ahora el hombre más desconfiado y más malo? Porque existe la ciencia y necesita de la ciencia.
… Siendo importante el conocer los motivos verdaderos que hasta ahora han guiado las acciones humanas, lo es más todavía para el que busca el conocimiento averiguar las creencias que han ido unidas a éste o al otro motivo, es decir, lo que la humanidad se ha representado hasta el presente como los verdaderos móviles de sus actos. La dicha y la desgracia interior de los hombres han dependido de su fe en tal o cual motivo, no de que el motivo fuese verdadero. Esto último ha sido de interés secundario.
… Nos causa un placer muy hondo ver cómo la ciencia descubre cosas que duran y son causa de descubrimientos nuevos. Tan íntimamente persuadidos estamos de lo incierto y fantástico de nuestros juicios y de la constante transformación de las leyes y de las ideas humanas, que es grande nuestro asombro al ver cómo se sostienen los resultados de la ciencia. Antes se ignoraba esa inestabilidad de las cosas humanas; la moral de las costumbres alimentaba la creencia de que toda la vida interior del hombre estaba sujeta con eternos garfios a una necesidad de bronce. Tal vez entonces se experimentase deleite semejante, originado también por el asombro, al oír las fábulas y los cuentos de hadas. Lo maravilloso hacía muy bien a aquellos hombres que a veces debían cansarse de la regla y de la eternidad. Perder pie, volar, errar, ser loco, formaba parte sin duda de los paraísos y de las embriagueces de antaño, en tanto que nuestra beatitud se parece a la del náufrago que consigue llegar a tierra y pone los dos pies sobre la vieja tierra firme, asombrado de que no vacile.
… Acaso los hombres, como las épocas, en nada se distinguen tanto unos de otros como en el grado diferente de su conocimiento de las miserias que padecen: miserias del alma y miserias del cuerpo. Por lo que toca a las últimas, los hombres del día, a pesar de nuestra flaqueza y de nuestras enfermedades, quizá nos hemos vuelto todos ignorantes y caprichosos por falta de experiencia, en comparación con la época del miedo –la época más larga de la humanidad- , en que el individuo tenía que protegerse contra la violencia ajena y se veía obligado por lo mismo a ser él violento también. Pasaba entonces el hombre por una dura escuela de dolores físicos y de privaciones y era para él, indispensable medio de conservación cierta crueldad para consigo mismo, un voluntario ejercicio del dolor. Entonces enseñaba cada cual a sus allegados a soportar el dolor, entonces se gustaba de provocar el dolor y al ver a otro afligido se oía la voz de la propia seguridad.
…¡Hombres desengañados, que os creéis invulnerables para la imaginación y las pasiones, que gustarías de hacer de vuestra doctrina objeto de adorno y de orgullo: realistas os llamáis, dando a entender que el mundo es realmente tal como se os aparece y que delante de vosotros sólo la verdad se quita sus velos y que quizá sois vosotros mismos la mejor parte de esa verdad (…) Pero también vosotros, cuando os mostráis sin velo, sois seres apasionados y tenebrosos, si se os comparara con los peces, y eso que todavía se parecen demasiado estos seres a los artistas enamorados. ¿Y qué es la realidad para un artista enamorado? Tenéis aun vosotros modos de discurrir que traen su origen de las pasiones e intrigas de pasados siglos. Vuestra sobriedad está empapada todavía en secreta e invencible embriaguez. Vuestro amor a la realidad, por ejemplo, es un viejo, un antiguo amor! En cada sentimiento, en cada impresión de los sentidos hay algo de ese antiguo amor y ha urdido sus mallas algún juego de la fantasía (una preocupación, la ignorancia de algo, una sinrazón, un temor o cualquier otra cosa). ¡Mirad esa montaña! ¡Mirad esa nube! ¿Qué hay de real ahí? ¡Separad lo que hay de fantasmagórico, todo lo que ha puesto allí el hombre, hombres de sentido sosegado, si podéis olvidar vuestro origen, vuestro pasado, vuestra primera educación, cuanto hay en vosotros de humano y de animal. Para nosotros no hay realidad, ni la hay tampoco para vosotros, hombres sobrios, pues nos diferenciamos menos de lo que creéis y tal vez nuestra buena voluntad de extremar la embriaguez es tan respetable como la creencia de ser incapaz de embriagueces.
Hay una cosa que me ha producido la mayor confusión y sigue causándomela: es advertir cómo es infinitamente más importante conocer el nombre de las cosas que saber lo que son, la fama, el nombre, el aspecto, la importancia, la ordinaria medida y peso de una cosa fueron en su origen las más veces un error, una calificación caprichosa puesta sobre las cosas como una vestidura y completamente ajena a su manera de ser y hasta a su manera superficial; pero por la fe que se les otorga, por su desenvolvimiento de generación en generación, poco a poco se van adhiriendo a la cosa y con ella se identifican y a ella se incorporan. Así la apariencia primitiva acaba casi por volverse esencia y semeja ser tal esencia. Loco sería quien se figurase que basta indicar este origen y esta nebulosa envoltura de la ilusión para destruir ese mundo tenido por esencial, mundo que llamamos realidad. Mas no olvidemos tampoco esto: basta inventar nuevos nombres, apreciaciones y probabilidades nuevas para crear poco a poco cosas nuevas.
… Si no hubiese habido en todas las épocas muchos hombres que rindieran culto a la disciplina del espíritu, a la razón y las miran como deber de virtud hombres a quienes ofende y humilla todo lo que sea fantasía y exceso de imaginación, como decididos partidarios que son del sentido común, haría ya mucho tiempo que habría desaparecido la humanidad. Por encima de ella se cierne de continuo y es el mayor de los peligros que la amenazan, la locura, dispuesta siempre a manifestarse y que significa precisamente la interrupción del capricho en los sentidos, en la vista, en el oído, el deleite en las orgías del espíritu, el goce que produce la sinrazón humana. No son la verdad y la certeza lo más opuesto a la locura, sino la unidad en las creencias y la obligación de discurrir todos de la misma manera, o lo que es igual, la exclusión del capricho en los juicios. El mayor de los trabajos realizados por la humanidad ha consistido en ir poniéndose de acuerdo sobre muchas cosas y promulgar una ley de conformidades, sean verdaderas o falsas las cosas sobre las cuales versa dicha ley. En esto consiste la educación del cerebro humano; mas los instintos opuestos son todavía tan poderosos, que no se puede hablar del porvenir de la humanidad con mucha confianza. Las imágenes de las cosas cambian de lugar continuamente y es de presumir que en lo sucesivo ocurrirá esto con la mayor rapidez y mayor frecuencia todavía; las inteligencias más sobresalientes se rebelan contra esa regla de unidad impuesta a todos y los que más se resisten a ella son los exploradores de la verdad. Esa creencia común, por lo mismo que es la creencia de todo el mundo, engendra en los espíritus refinados cierta repugnancia y una nueva concupiscencia. La lenta marcha que aquélla exige en los procesos intelectuales, ese andar de tortuga impuesto por vía de autoridad, ha bastado por sí solo para hacer desertar a los artistas y a los poetas, en cuyo espíritu impaciente produce verdadero júbilo la locura; ¡tiene un aire tan alegre! Se necesitan, pues, inteligencias virtuosas –quiero emplear la palabra que menos se preste al equívoco-; es menester la tontería virtuosa; hacen falta gentes que no se cansen de llevar el compás con la batuta y que tenga tardo el espíritu para que los fieles de la gran creencia general no se disgreguen y sigan ejecutando su danza. Una necesidad de primer orden lo exige así. Nosotros somos la excepción y el peligro; nosotros tenemos la necesidad de defendernos constantemente. Pero, con todo, se puede abogar a favor de la excepción, con tal de que no pretenda convertirse en regla.
…La ciencia progresaría aunque no existiera esta nueva pasión –me refiero a la pasión por el conocimiento- , pues hasta ahora ha crecido y se ha engrandecido sin ella. La fe en la ciencia, la preocupación a su favor de que están poseídos los modernos Estados (como lo estuvo antes hasta la misma Iglesia) se funda, en realidad, en el hecho de que muy rara vez se ha revelado en ella un apetito irresistible, en que la ciencia no es considerada como una pasión, sino como una condición y un ethos. Sí; en muchos casos basta el amor-placer del conocimiento (la curiosidad) o el amor-vanidad, el hábito del trabajo científico con oculto designio de alcanzar honores y seguridad y aun a muchos les basta el no saber qué hacer del tiempo que tienen de sobra y que emplean el leer, en coleccionar, en clasificar, en observar y en referir; su inclinación científica no es, en resumen, más que aburrimiento (…).
…¿os figuráis que las ciencias se habrían constituido y habrían constituido y habrían mediado si no las hubieran precedido los magos, los alquimistas, los astrólogos y los hechiceros, que tuvieron que empezar por engendrar con sus promesas y ofrecimientos engañosos, la sed, el hambre y la afición a las potencias ocultas y prohibidas; si no hubiesen prometido infinitamente más de lo que se podrá cumplir para realizar algo en la esfera del conocimiento? Y así como ahí se nos presentan los preludios y primeros ejercicios de las ciencias, que no fueron ejecutados con tal intención ni tenidos por tales, tal vez en lejanos tiempos por venir se nos presentarán también todas las religiones como ejercicios y preludios; acaso hayan sido un medio extraño que permitirá a algunos hombres gozar de la insuficiencia divina y de su salvación personal en toda su intensidad. Posiblemente, a no ser por esa escuela y esa preparación religiosa, no habría aprendido el hombre a tener hambre y sed de su propio yo, a sustentarse y fortalecerse consigo mismo (…).
… (…) ¿Es el resultado de diferentes instintos que se contradicen, del deseo de burlarse, de lamentarse o de maldecir? Para que el conocimiento sea posible, es menester que cada uno de esos instintos exprese su parecer incompleto sobre el objeto o suceso de que se trata. Entonces comienza la lucha entre estos juicios incompletos, y el resultado, es a veces un término medio, una pacificación, una transacción entre los tres pareceres, una especie de justicia y de contrato, pues por medio de la justicia y el contrato pueden todos esos instintos subsistir y conservar la razón de ser. En nuestra conciencia no hallamos más que las huellas de las últimas escenas de reconciliación, el definitivo ajuste de cuentas de tan largo pleito y, por tanto, nos figuramos que intelligere (inteligencia) es algo conciliador, justo, bueno, algo, en fin, esencialmente opuesto a los instintos, cuando en realidad no es más que cierta relación de los mismos instintos entre sí. Durante mucho tiempo se ha creído que el pensamiento consciente era el pensamiento por excelencia y ahora es cuando empezamos a vislumbrar la verdad, es decir, que la mayor parte de nuestra actividad intelectual se efectúa de una manera inconsciente, sin que nos enteremos; pero yo creo que esos instintos que luchan entre sí saben muy bien hacerse perceptibles unos para otros y dañarse recíprocamente. Es posible que ese sea el origen de la tremenda y repentina extenuación de que se ven atacados todos los pensadores, semejante a toda la fatiga que se experimenta en el campo de batalla. (…)
(…) he oído a un hombre del pueblo decir: me ha conocido. Y me pregunto: ¿qué es lo que en realidad entiende el pueblo por conocer? ¿Qué quiere cuando desea alcanzar el conocimiento de algo? Pues nada más que esto: que algo extraño se reduzca a algo conocido. ¿Entendemos algo más por conocimiento los filósofos? Lo conocido es aquello a lo que estamos acostumbrados y que, por lo mismo, no nos choca: nuestras tareas cotidianas, la regla a que estamos sujetos, todo aquello que es familiar para nosotros. ¿Cómo? ¿Nuestra necesidad de conocer será precisamente necesidad de algo conocido? ¿Será el deseo de descubrir entre todas las cosas extrañas, desacostumbradas, inciertas, algo que conocido ya no nos inquiete? ¿Será el instinto del miedo lo que nos impulsa a conocer? La satisfacción del que conoce ¿será el júbilo de la seguridad recobrada? Un filósofo da por conocido al mundo cuando ha conseguido a reducirle a la idea Has. ¿No será porque la idea es para él cosa conocida y habitual? … ¡Examinad desde este punto de vista sus principios y las soluciones que dan a los problemas del mundo! Cuando hallan en las cosas, o entre las cosas, o detrás de las cosas, algo que desgraciadamente conocemos demasiado, como por ejemplo, nuestra tabla de multiplicar, nuestra lógica, nuestra voluntad o deseo, ¡qué grito de alegría lanzan! Su norma es que lo conocido es reconocido. ¡Hasta los más circunspectos creen que lo conocido es, por lo menos, más fácil de reconocer que lo ajeno a nosotros; se figuran, por ejemplo, que para proceder con método hay que partir del mundo interior, de los fenómenos de la conciencia, puesto que éste es el mundo que conocemos! ¡Error de los errores! Lo conocido es lo más habitual y lo habitual es lo más difícil de reconocer, lo que es más difícil considerar como problema, lo más difícil de ver por su lado extraño, distante, exterior a nosotros. La gran superioridad de las ciencias naturales, comparadas con la psicología y la crítica de los elementos de la conciencia –que podrían ser llamadas ciencias no naturales-, consiste precisamente en que el objeto de aquéllas se compone de elementos ajenos a nosotros, mientras que en el caso de las últimas se incurre en la contradicción y el absurdo de querer tomar por objeto elementos que no son extraños…
… Una de las consecuencias de las leyes de la jerarquía es que los sabios, que pertenecen a la clase media intelectual, no tengan derecho a ver y apreciar los problemas verdaderamente grandes; ni su valor ni su vista alcanzan lo suficiente; la necesidad es lo que les mueve a hacerse investigadores, el deseo y la esperanza de obtener éste o aquél resultado. Por ejemplo, aquello que entusiasma a su modo a ese pedante de Spencer, lo que le hace trazar una línea de esperanza en el horizonte de sus deseos, es decir, esa lejana reconciliación entre el egoísmo y el altruismo, a nosotros casi nos produce repugnancia. Una humanidad que tuviese por perspectivas últimas esas perspectivas spencerianas nos parecería digna del desprecio y la destrucción. Mas el hecho de que aquello mismo que él considera como una gran esperanza no sea ni pueda ser para otros más que una eventualidad que les repugna, envuelve un problema que no se le pudo ocurrir a Spencer. Lo mismo sucede con esa creencia con que se satisfacen ahora tantos sabios materialistas, la creencia de que el mundo debe de tener su equivalencia y su medida en la razón humana y en los cálculos humanos y de que hay por tanto un mundo verdadero a cuyo último y minucioso análisis puede llegar nuestra mezquina y tosca razón humana. ¿Será posible que rebajemos la existencia a un mero ejercicio de cálculo, a un objeto de estudio de matemáticos apoltronados? “ante todo no hay que propasarse a despojar a la existencia de su múltiple variedad; así lo exige el buen gusto señores y hasta el respeto debido, cosa que no cabe dentro del horizonte de ustedes. Eso de que sólo hay una interpretación del mundo con la cual estén ustedes en lo cierto, dentro de la cual pueden hacerse investigaciones científicas (¿querrán ustedes decir mecánicas?) y pueda seguirse trabajando con arreglo a los principios de ustedes; una interpretación que permita contar y calcular, pesar, mirar, tocar y nada más, es una patochada y una candidez, concediendo que no sea locura o imbecilidad. Y ¿no es, por el contrario, muy probable que lo más superficial y exterior de la conciencia, lo más aparente de ella, su costra, su materialización, sea lo que primero percibamos, quizá lo único? Una interpretación del mundo tal como ustedes la entienden, podría ser, por consiguiente, una de las interpretaciones más estúpidas y de menos sentido.” Estas palabras quisiera decirlas yo al oído, para que pesasen sobre su conciencia, a los señores mecanicistas de ahora gustan de mezclarse con los filósofos y se figuran que la mecánica es la ciencia de las leyes primeras, cimiento sobre el cual ha de edificarse toda existencia. Un mundo esencialmente mecánico sería un mundo desprovisto de sentido. Suponiendo que se graduase el valor de una música por lo que es capaz de contar, de calcular, de reducir a fórmulas, ¡cuán absurda sería semejante evaluación científica de la música! ¿Qué se percibiría, qué se comprendería, qué se descubriría en ella? Nada, absolutamente nada de lo que tuviese de tal música. “

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